Género: Novela gótica / Suspense psicológico

Publicación original: 1962.

Hay libros que, más que leerse, se sienten como un hechizo. Shirley Jackson, maestra de lo extraño cotidiano, logra precisamente eso en Siempre hemos vivido en el castillo, una historia que se desliza entre lo gótico y lo enfermizamente íntimo, una fábula oscura contada con una voz encantadora.


Una voz peculiar: Mary Katherine Blackwood

La historia nos la cuenta Merricat Blackwood, una joven de dieciocho años con una mente inquietante, infantil y peligrosa. Vive aislada junto a su hermana Constance y su tío Julian en una gran casa al borde del pueblo, tras una tragedia que los marcó para siempre: el envenenamiento de casi toda la familia.La gran virtud del libro está en su narradora. Merricat no solo es excéntrica, es una voz poco confiable, plagada de manías, supersticiones y pensamientos oscuros. Sus rutinas, sus conjuros caseros y su desprecio por el mundo exterior revelan una personalidad profundamente trastornada… pero Jackson nos hace habitar esa perspectiva con una belleza perturbadora. Como lector, uno no puede evitar amar y temer a Merricat al mismo tiempo.


El castillo y el mundo hostil

La mansión Blackwood se alza como un lugar encantado, un espacio fuera del tiempo que contrasta con la hostilidad del pueblo cercano. Los aldeanos odian y temen a las hermanas, y ese odio late en cada página como una amenaza constante. Hay un aire de cuento de hadas invertido: el bosque no es lo peligroso, sino la aldea; el castillo no protege, pero tampoco permite escapar.La llegada de un primo oportunista desata el conflicto que hace tambalear la frágil rutina de las hermanas. A partir de ahí, la tensión crece sin necesidad de grandes sobresaltos: lo que Jackson domina es la atmósfera, la sugerencia, lo que se insinúa más que lo que se dice. Su prosa, precisa y contenida, deja espacio a lo siniestro.


Temas: locura, aislamiento y lo femenino

Siempre hemos vivido en el castillo puede leerse como una alegoría sobre el poder femenino enclaustrado, el miedo a lo diferente, y la necesidad (o imposibilidad) de proteger lo íntimo frente al juicio social. Constance, sumisa y protectora, representa la contención; Merricat, la ruptura y la rebeldía sin freno. Entre ambas se construye una relación que parece maternal, fraternal y dependiente, casi simbiótica.La locura no se presenta como algo clínico, sino como una forma de resistencia al mundo. Merricat no quiere ser salvada ni entendida. Quiere preservar su universo a toda costa, incluso a través de la destrucción. Y eso es lo que vuelve la novela tan poderosa: la ternura y el horror coexisten de forma insidiosa.


En conclusión

Siempre hemos vivido en el castillo no es un libro de terror en el sentido clásico. Es una obra inquietante, poética y retorcida, que se mete debajo de la piel sin necesidad de sustos. Shirley Jackson nos entrega una joya oscura sobre el amor y la locura, el aislamiento y el poder de la imaginación. Una lectura breve pero inolvidable, que perdura como una canción infantil entonada en un jardín marchito.

Ideal para: lectores que disfruten de lo perturbador más que de lo explícito; amantes de las novelas góticas modernas; quienes buscan personajes femeninos complejos e inolvidables.


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