Cuando escribir es una cuestión de vida o muerte
Hay libros que te atrapan por la historia, otros por sus personajes, y algunos –los menos– por la experiencia física y emocional que provocan. Misery fue, para mí, una mezcla violenta de las tres cosas. La leí casi de una sentada, sintiendo que con cada página me encerraba un poco más en esa habitación donde Paul Sheldon, el protagonista, está prisionero. Y cuando terminé, necesité un rato largo para respirar hondo. Porque este libro asfixia, golpea, sacude.
La historia es sencilla, casi teatral: un escritor famoso tiene un accidente de coche en medio de una tormenta. Es rescatado por Annie Wilkes, una antigua enfermera que, por un giro cruel del destino, resulta ser su fan número uno. Hasta aquí, parece una premisa de thriller más… pero estamos hablando de Stephen King, y él sabe cómo convertir lo cotidiano en un infierno.
Annie es, sin duda, uno de los personajes más escalofriantes que he leído. No porque sea una villana caricaturesca, sino por lo contrario: por lo real que resulta su locura. Es impredecible, infantil, manipuladora y, al mismo tiempo, tan terrenal que te pone los pelos de punta. No necesita cuchillos ni rituales satánicos para provocar miedo. Solo su voz dulce y sus cambios de humor bastan. Hay escenas –la del mazo, claro, pero también otras más pequeñas, más psicológicas– que se quedan contigo mucho después de cerrar el libro.
Lo que más me impactó fue cómo King convierte la escritura, algo tan íntimo y solitario, en una herramienta de supervivencia. Paul no escribe porque quiere, sino porque si no lo hace, muere. Literalmente. Y sin embargo, dentro de ese horror, hay momentos de lucidez y creatividad que son casi bellos. El proceso de reescribir la historia de Misery se vuelve una forma de resistencia, de mantener la mente a flote, de rebelarse. Como lector y como alguien que escribe, sentí una especie de angustia empática: ese miedo a que lo que creas no sea tuyo, que otros lo controlen, que la escritura deje de ser libertad para convertirse en castigo.
Misery no es una novela cómoda, ni ligera, ni "entretenida" en el sentido fácil de la palabra. Pero es adictiva, feroz y está construida con una precisión que da envidia. Cada palabra cuenta, cada silencio duele. Es uno de esos libros que te obligan a pasar página, aunque no quieras ver lo que viene después.
Si alguna vez pensaste que el terror solo vive en casas encantadas o en monstruos que salen por la noche, esta novela te va a cambiar la perspectiva. A veces, el verdadero horror tiene cara de enfermera, una sonrisa amable… y una máquina de escribir.
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